jueves, 17 de septiembre de 2020

MALAS COSTUMBRES

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, aseguró esta semana en la sede del parlamento regional que la mayor transmisión del COVID en barrios como Carabanchel, Vallecas, Usera o Villaverde y pueblos como Getafe, Parla o Fuenlabrada tiene que ver con el "modo de vida de nuestros inmigrantes". Así, con un par y un "nuestros" colgado de la frase cual ambientador con aroma a paternalismo que no logra disimular el tufo racista de sus declaraciones. Una horas antes, el  periodista Federico Jiménez Losantos había predicado en su púlpito radiofónico que gran parte de la culpa del elevado número de contagiados por coronavirus en la región se debía a las costumbres de "los hispanos". Que estas declaraciones se produjeran a los pocos días de que toda España pudiera ser testigo de la agresión sufrida en el metro de Madrid por una pareja de "hispanos" da mucho que pensar sobre las intenciones de tales declaraciones.

A mí, sin ir más lejos, me vino a la cabeza la historia de JM. Pongo aquí las iniciales de su nombre, pero podrían ser las de otros muchos nombres, ya que la situación en la que vivía JM cuando lo conocí era y es, por desgracia, la de muchísimas personas en nuestro país. JM tenía catorce años, había llegado a Madrid hacía unos meses procedente de Colombia, y se quedaba dormido todas las mañanas sobre el pupitre del instituto sin importarle la asignatura que tocara: todas le servían para echar una cabezadita. Pasaron varias semanas hasta que descubrimos que JM dormía en una cama caliente.  Quién no sepa qué es una cama caliente, que piense en su cama mullida y acogedora e imagine que tuviera que compartirla a turnos con dos o tres personas más. Eso es una cama caliente: un colchón con una manta y una almohada que siempre está ocupada. En el caso de JM, le correspondía el turno de día. Apenas salía del instituto después de llenar el estómago gracias a la beca de comedor, JM llegaba a su casa y se echaba a dormir hasta la noche. Entonces era el turno de su tío, quien después de diez o doce horas trabajando tenía el privilegio de acostarse en el colchón que JM acababa de abandonar hasta que a las seis de la mañana se levantaba para volver al tajo y a JM apenas le quedaba tiempo para echarse un rato antes de salir camino del instituto. 

No sé Díaz Ayuso y Jiménez Losantos se referían al modo de vida y a las costumbres de JM y su familia. O simplemente desconocen cómo sobreviven muchas personas en los barrios más alejados de la zonas nobles (o pijas, por qué no) que supongo frecuentan después de ver como se las gasta una en hoteles en plena pandemia, y el otro enseñarnos su casa en compañía de Bertín Osborne, ese gran patriota enemistado con la hacienda pública. Cerrar los ojos a la evidencia de que el mayor número de casos de COVID en esos barrios tiene que ver con cuestiones como la precariedad laboral o la dificultad para acceder a una vivienda digna no es inocente. Detrás de ella se esconde el intento de culpar a un colectivo para esconder las responsabilidades de los responsables de la gestión de la pandemia, que son los mismos que debían haber desarrollado las políticas sociales necesarias para que nadie se viera obligado a vivir según esos modos y costumbres tan insalubres. Como en el trile, nos enseñan la bolita unos instantes para que fijemos nuestra atención en ella y perdamos de vista los vagones de metro repletos en hora punta, las aulas llenas de niños con unos pocos centímetros de separación, o la ausencia de esos rastreadores comprometidos meses atrás. 

La mentira sí es una mala costumbre de ciertos políticos. Y qué decir de cierta clase de periodistas. No lo es la precariedad laboral que obliga a saltarse la cuarentena o a no reconocer que se padece la enfermedad a aquellos de cuyo trabajo depende el que haya comida en la mesa para sus hijos. Y si no existe la opción del teletrabajo para los obreros, camareros, limpiadores, mensajeros, repartidores y tantas otras profesiones en las que el contrato más frecuente es de obra (o más corto aún) no es por su modo de vida, sino porque la sociedad requiere de sus servicios imprescindibles y los poderes públicos no son capaces de garantizarles la seguridad necesaria. ¿Qué seguridad laboral puede haber para quiénes tienen la certeza de que su ausencia del trabajo por enfermad les supondrá el despido? ¿Qué cuarentena puede cumplirse en un piso de cincuenta metros cuadrados con tres habitaciones diminutas en el que malviven otras tantas familias? 

A los dos, a Díaz Ayuso y a Jiménez Losantos, les pediría que escucharan la entrevista que en el Informativo 14 horas de RNE hicieron al doctor Mario Chico, médico intensivista del Hospital 12 de octubre (a dónde acuden los pacientes de Usera y Villarde) y presidente de la sociedad madrileña que reúne a los especialistas en esa faceta de la medicina tan presente en las unidades de cuidados intensivos. Decía el doctor Chico que una costumbre cultural no se cambia en unos meses. Sostenía su afirmación explicando que, si fuera posible hacerlo, ya habríamos acabado con los accidentes de tráfico producidos por una distracción al volante o el exceso de velocidad. No, por desgracia no es posible cambiar el modo de vida de las personas en unos pocos meses. Pero lo que sí era posible es haber planteado medidas que previnieran esta segunda oleada de COVID y redujeran sus efectos. Por ejemplo, contratando personal sanitario o mejorando la coordinación entre UCIs. Y según los expertos, como el citado doctor, nada de eso se ha hecho.

Mañana comparecerá algún responsable del gobierno de la Comunidad de Madrid para anunciar las medidas de restricción de la movilidad, un eufemismo para no decir confinamiento, esa palabra con tan malos recuerdos. Un castigo más para unos barrios y pueblos del sur de la capital que parecen castigados a sufrir la desigualdad. Y es que, como dice el viejo refrán castellano: "En casa del pobre, ni vino ni odre".


NOTA: Os dejo el enlace a la entrevista con el doctor Mario Chico en el programa Informativo 14 horas de Radio Nacional de España.

https://www.rtve.es/alacarta/audios/14-horas/madrid-coronavirus-uci-hospitales-situacion/5664142/

jueves, 10 de septiembre de 2020

PAN Y TOROS: UNA LECTURA IMPRESCINDIBLE PARA ENTENDER EL PENSAMIENTO ANTITAURINO ESPAÑOL

En los tiempos previos al COVID y a la negativa de Messi a seguir jugando en el F.C. Barcelona, había pocas cuestiones en España capaces de polarizar más a la población que la tauromaquia. Y eso a pesar de que el veintitrés por ciento de la población española se declara indiferente cuando le preguntan si piensa que los toros son una tradición a proteger y conservar como seña de identidad cultural o, muy al contrario, debería ser extinguida.
En la encuesta realizada por la empresa británica Ipsos Mori en 2015, tan solo el diecinueve por ciento de la población encuesta apoyaba a la tauromaquia, frente al cincuenta y ocho por ciento que se oponía a la misma. Y a pesar de lo apabullante de estas cifras, en España la tauromaquia es cuestión de estado, bien de interés cultural y es protegida por administraciones públicas de todo signo político. ¿Cómo es esto posible?
A estas y otras cuestiones trata de responder Juan Ignacio Codina Segovia en el libro Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español, publicada en el año 2018 por Plaza y Valdés Editores. Pan y toros es un ensayo escrito con afán didáctico en el que se recogen los principales hallazgos de una rigurosa investigación: la que llevó a su autor a doctorarse en Historia Contemporánea.
Juan Ignacio Codina se remonta a los tiempos de Alfonso X El Sabio, el primer antitaurino del que existe registro escrito al calificar a los toreros como "infames" en sus Leyes de Partida, y desde él recorre a las principales figuras antitaurinas hasta llegar a figuras destacadas de la actualidad por su lucha contra el maltrato animal como la escritora Rosa Montero o la periodista Ruth Toledano. Así, personajes históricos como Goya, Blanco White, Jovellanos, Juan Ramón Jiménez o Emilia Pardo Bazán pueblan las páginas de este libro breve pero iluminador, a la vez que ameno.
El autor plantea en su texto preguntas como por qué la tauromaquia es un obstáculo histórico para el progreso y la regeneración social, o de qué herramientas se han servido los taurinos a lo largo de los siglos (y muy en especial en los últimos doscientos años) para silenciar a aquellos que clamaban por la abolición de los toros.
Sin embargo, y aún siendo estos asuntos importantes, para mí, que tengo una sensibilidad cercana a la de Juan Ignacio Codina respecto a los animales, como habréis podido comprobar los que hayáis leído mis novelas, lo más impactante de Pan y toros es como refuta con datos la falacia del antiespañolismo, el sambenito que los taurinos cuelgan a quienes no comparten el gusto por su "afición". O la sorpresa de de descubrir como en determinados períodos históricos los toros fueron oficialmente abolidos en España (aunque no en la práctica), hecho creo que desconocido para la inmensa mayoría de los españoles. Y, como no podía ser menos, dado el título del libro, el uso de los toros como herramienta de control social es también abordado con precisión en su ensayo. Aspecto este último de la tauromaquia muy actual, si pensamos en los motivos que han llevado a la autorización de festejos taurinos en diversas localidades del estado durante las últimas semanas a pesar de encontrarnos en plena pandemia.
En definitiva, Pan y toros de Plaza y Valdés Editores, es una lectura muy recomendable para quienes quieran acercarse sin prejuicios a la cuestión taurina y estén dispuestos a conocer hechos y opiniones históricos que, a pesar del paso del tiempo, siguen siendo plenamente válidos.



jueves, 3 de septiembre de 2020

COMO NO CAER EN LA ADICCIÓN AL OPTIMISMO (MANDEMOS A MR. WONDERFUL A TOMAR POR DONDE AMARGAN LOS PEPINOS)

Los tiempos que vivimos son intrínsecamente duros. Nadie puede negarlo. La pandemia que nos golpea, y que ha venido para quedarse, va a condicionar nuestras vidas durante los próximos años. Todos los expertos, desde los sanitarios hasta los gurús de la economía, pasando por los investigadores más reconocidos nos señalan la cruda realidad.

Frente a este mensaje inclemente, surgen otros que nos invitan a sonreír, a pensar que en apenas unos meses todo volverá a ser como era antes de que conociéramos el significado de las siglas COVID, a ser imprudentemente optimistas. Y es que el optimismo está peligrosamente sobrevalorado. Es más, si de mi dependiera, estaría rigurosamente prohibido por sus efectos nefastos para la humanidad.

En nuestra sociedad triunfan los optimistas, para que vamos a negarlo. En los trabajos, en la cultura, en la política… Desde un tiempo a esta parte, nos asola una ola de optimismo infantil e iluso que tacha de cenizo a todo aquel que ose formular una crítica y le relega al ostracismo. Tú que me lees, si pretendes triunfar en algo recuerda esta fórmula de éxito infalible: todo lo que sucede a tu alrededor es maravilloso. No dejes de repetirlo. Da igual si tu jefe no sabe distinguir su cara de su culo y todos vais de cabeza por culpa de su incompetencia. Agradécele la oportunidad que os brinda de crecer frente a las dificultades y aplaude su buena intención. Mira a los políticos, ellos ingresan de jovencitos en las organizaciones juveniles de los partidos y a bases de sonrisas y genuflexiones frente al jefe de turno hacen carrera sin haber pegado un sello en su puñetera vida.

Y es que el pesimista resulta muy antipático. Pero que injusticia tan descomunal se comete con ellos… Los pesimistas son los que hacen que la sociedad evolucione. Ellos nos salvan de innumerables peligros señalándonoslos antes de que acontezcan. Gracias a su pesimismo, y a poco que el optimista al mando tenga el gramo de sensatez necesario para escucharle, podemos anticiparnos y evitar el daño. Porque reconozcámoslo: la humanidad avanza gracias a los pesimistas y a su espíritu crítico. Ellos nos hacen evolucionar con su constante deseo de mejora. ¡Ya es hora de que se lo agradezcamos! De no ser por algún antepasado pesimista, un homo sapiens gruñón torturado por el reuma que hace miles de años pronosticó un futuro muy negro para la especie de no abandonar el ambiento húmedo e insalubre de las cuevas donde se refugiaban, todavía viviríamos en agujeros y encenderíamos fuego con pedernal.

Así que la próxima vez que veas una tacita con un mensaje optimista y bobo, o caiga en tus manos un libro de autoayuda de esos que te dicen cómo ser feliz en diez sencillos pasos, por favor, no caigas en la trampa. El optimismo es tan empalagoso como el almíbar y tan adictivo como la heroína. Una vez enganchado te arruinará la vida a ti y a todos lo que te rodean. No digas que no estás avisado.

NOTA: La foto que acompaña este artículo es de Brian Haw, todo un héroe de la protesta. Se la hice en el año 2007 frente al parlamento británico. No dejes de visitar la página que le dedica Wikipedia para saber más sobre él.

https://es.wikipedia.org/wiki/Brian_Haw



jueves, 23 de julio de 2020

DESCOMPRESIÓN

El padre de mi amigo Samuel comenzó a toser el jueves de la segunda semana de confinamiento. Al día siguiente, mi amigo tuvo que dejarlo como quien deja un paquete a la puerta de las urgencias del Hospital 12 de Octubre, uno de los más saturados de todo Madrid. No le permitieron acompañarle, a pesar de que el padre de ochenta y tantos arrastraba desde años un grave problema de inmunodeficiencia. Cuando mi amigo dio la espalda a su padre y regresó a su coche, porque nada podía hacer allí, las lágrimas de impotencia que surcaron su rostro le anunciaron que acababa de zambullirse en las aguas malditas de la COVID.
Samuel no tuvo noticias de su padre hasta pasado el fin de semana. Durante tres días con sus noches mi amigo permaneció inmerso en un pozo de aguas oscuras, a la espera de la llamada fatal. Pero el viejo luchó como un bravo contra el virus. Ocho días después Samuel regresó al hospital. Su padre se había salvado. 
Podría parecer que a partir de ese momento mi amigo volvía a ver la superficie, sin embargo nada más lejos de la realidad. Las cargas de esta nueva enfermedad le hundieron un poco más en sus aguas revueltas, obligándole a luchar contra el virus en lo más cotidiano.
En las siguientes tres semanas Samuel se vio obligado a mantener a su padre encerrado en el salón de su casa, aislado de su madre y de él. Fueron veintiún días en los que tuvo que alimentarle y someter cualquier espacio de la vivienda por el que su padre transitara camino del baño (el piso solo tenía uno) a un riguroso proceso de desinfección. La piel de las manos de Samuel se agrietó y cuarteo hasta desprenderse como escamas. No estaban preparados para algo así, ni siquiera tenían lavavajillas.
Al finalizar el periodo de cuarentena nadie les hizo una prueba, mucho menos la famosa PCR. Tan solo una radiografía al padre para descartar la neumonía. Y mi amigo regresó a su casa, junto a su mujer.
Por fin en su domicilio, con la superficie del agua al alcance de la mano, durante catorce días Samuel convivió con su esposa en habitaciones separadas y comiendo a deshoras. Toda precaución es poca cuando has visto la sombra de la muerte. En cuanto le dieron el alta médica por haber estado cuidando a un enfermo de COVID su empresa le comunicó que estaba en un ERTE. A día de hoy, mi amigo no ha regresado a su trabajo. 
Samuel solo pisa la calle tres días por semana. Ni uno más. Uno de ellos para ver a sus padres. Los otros dos para correr y desprenderse poco a poco de toda esa sustancia pegajosa que le quedado dentro y que le oprime hasta el punto de no dejarle respirar. Apenas amanece se calza las zapatillas y se va al parque. A esas horas no se cruza con nadie. Evita el contacto humano como si fuera a encontrar un depredador en cada persona. Las compras las hacen por internet. Por supuesto no ha pisado un restaurante ni un bar. Me dice que lo que le ocurre tiene un nombre: síndrome de la cabaña. Yo lo llamo descompresión. La descompresión que requiere quien ha visitado lo más hondo de una fosa abisal.
Y mientras mi amigo trata de regresar a la superficie, otros nadan entre los tiburones. Y sin ser conscientes del peligro, se convierten en un escualo más. Sin protegerse, sin protegernos, como si la COVID no fuera con ellos, se multiplican en botellones, fiestas, discotecas, en abrazos y besos, en vasos compartidos, en alientos estrechos,
Y qué queréis que os diga, no lo puedo evitar: al verlos a mí me dan ganas de agarrar el arpón y salir a pescar.

NOTA: Os dejo dos enlaces. El primero al magnífico artículo de El Confidencial sobre la UCI del hospital mencionado en el texto y que fue escenario de mi primera novela. El trabajo fotográfico que lo acompaña es impresionante. 
 
En el segundo enlace encontraréis la estremecedora campaña de concienciación del Gobierno de Canarias para evitar que los "tiburones" del COVID ataquen a la población.

domingo, 12 de julio de 2020

PERDER EL NORTE

Me borré. Hace dos meses decidí desaparecer de estos foros. Tomarme un descanso. Dedicar un tiempo a la reflexión.
Acababa de bloquear por primera vez a alguien en Facebook. Nunca antes lo había hecho, y ya llevaba en la red más de diez años. Quizá, si se hubiera tratado de un desconocido, no me habría afectado tanto. Pero no, no era un desconocido. Tuve que bloquear a un amigo de toda la vida, compañero de andanzas desde los tiempos del colegio.
Que viniera a mi muro a vomitar insultos gruesos, sin atender a razones y creyéndose con todo el derecho a hacerlo, fue la gota que desbordó el vaso.
Desde que nos alcanzó esta tormenta, allá por el mes de marzo, he asistido perplejo a una riada de bulos, descalificaciones e infamias que, lejos de ayudarnos a salir del atolladero, nos hundían cada vez más en la desunión y la miseria moral. En medio de la tempestad más terrible que nuestra sociedad ha conocido, cuando más falta hacía que todos sumáramos fuerzas para dirigir nuestro barco a puerto seguro, algunos han aprovechado para sembrar la inquina entre nosotros. Sus fines no han sido nada altruistas: la verdad no estaba entre sus motivaciones. La conquista del poder y los beneficios personales que ostentarlo lleva aparejado ha sido su único fin.
La cosecha de odio de estos malnacidos ha dado sus frutos. La irrazonable ferocidad de mi amigo es consecuencia de ella. ¿Cuántos habrá como él en todo el territorio de esta España nuestra?
Las perversas intenciones de algunos han estado a punto de hacernos perder el norte.
No, no lo han conseguido.
El amor ha vencido al odio. La solidaridad de muchas personas anónimas que se han volcado para  ayudar a sus vecinos más vulnerables, o la de las decenas de restaurantes que han dedicado sus cocinas durante este tiempo a ofrecer menús para las familias sin recursos para subsistir, ha derrotado a aquellos que querían enfrentarnos. Son solo dos ejemplos, podría citar miles.
Esta mañana he escuchado en el programa No es un día cualquiera de RNE a uno de los responsables de la iniciativa #comidaparatodos (https://www.casadecomidascarmela.com/home/comida-para-todos/ ) y sus palabras me han hecho recobrar la fe en la humanidad. Nunca debemos olvidar que somos muchos más los que sumamos que aquellos que restan buscando el beneficio propio. Y que por muy fuertes que sean, y tengan a su disposición medios que no podemos ni imaginar, nosotros tenemos muchísimas más manos y corazones para hacer frente a toda su iniquidad.
Hoy más que nunca es necesario conjugar el verbo reflexionar, considerar, meditar... No dejarse arrastrar por las emociones que nos rodean e intentan inducirnos a actuar empujados por el dramatismo del momento. No responder a las provocaciones. No creer todo lo que nos digan.
Solo así podremos recuperar el rumbo perdido y alcanzar nuestro destino.


P.D.: La foto fue tomada en la Puerta del Sol de Madrid hace un par de días en torno a las doce de la mañana. El aspecto desolado de la plaza, tan querida para mí, sin embargo me hace fijarme en los que la ocupan, en que la vida sigue. Y es que, pese al COVID y la pandemia que nos asola, no deja de haber gente dispuesta a hacerse selfies frente al oso y el madroño...

jueves, 16 de abril de 2020

NAVIA: EL MAGO DE LA LUZ QUE SE ALIMENTA DE PALABRAS

Hoy quiero hablaros de dos de mis pasiones: la literatura y la fotografía.
Y he decidido empezar con una confesión: yo era uno de esos bichos raros que no veían la televisión (si no consideramos a las series de las plataformas de pago como televisión). O, quizá, hoy en día no ver la televisión ya no te convierte en un bicho raro, no lo sé. El caso es que en estos días de clausura he descubierto la aplicación RTVE A la Carta y dos de sus programas me han reconciliado con la tele.
Os cuento esto porque en uno de esos programas, Detrás del instante, ayer tuve la fortuna de reencontrarme con un ser humano excepcional: José Manuel Navia.
Para quien no lo conozcáis, Navia es uno de los más destacados fotógrafos españoles en activo, con un historial que muy pocos pueden igualar. Pero, sobre todo, Navia es el fotógrafo literario por excelencia.
Si os cuento que Navia ha dotado de imágenes textos de Miguel Delibes, Julio Llamazares, Caballero Bonald, Manuel Rivas y muchos otros escritores de primera línea creo que queda justificada mi afirmación anterior. Pues no.
Conocí a José Manuel Navia años atrás, en un curso de edición fotográfica que impartió en una pequeña escuela de un barrio obrero de Madrid. Aquel día tuve la inmensa suerte de compartir con él mesa y mantel, y os aseguro que hubiera pagado lo que me pidieran por estirar aquella sobremesa hasta que cerrara el bar de menús donde nos atendieron. Y es que las palabras de Navia son, ante todo, dos cosas: literatura y sabiduría. No en vano, según nos confesó entonces, durante mucho tiempo estuvo carteándose con uno de los mejores escritores en español del siglo XX: el paraguayo Augusto Roa Bastos.
Si sois como yo, uno de los millones de personas que amamos la genial obra de Cervantes, no podéis dejar de ver en cuanto tengáis ocasión su obra Territorios del Quijote (2004), en la que explora con sus fotografías los territorios reales e imaginarios de la obra cervantina. Y, si os apasiona Antonio Machado, no os perdáis sus Miradas (2007). Son tantas sus obras relacionadas con la literatura que haría este artículo eterno si las citara, pero no puedo dejar de recomendaros un paseo para cuando esta clausura termine, el paseo por Un Madrid Literario que junto a Caballero Bonald expuso y publicó en el año 2009.


Parece que ya sí he justificado suficientemente mi calificación de Navia como fotógrafo literario. Pues todavía hay más...
Y es que todo lo anterior no es más que la introducción a este artículo. Lo que en realidad he venido a contaros es otra cosa, lo que aprendí en las múltiples conferencias de Navia a las que asistí y en sus cursos: como la forma que tiene Navia de trabajar la fotografía es perfecta para un escritor.
José Manuel Navia se inspira para sus trabajos en lo cercano, antes que en lo exótico, sin que ello le reste ni un ápice a su esfuerzo de documentación. Antes de acudir a fotografiar un «escenario», Navia se empapado de toda la literatura que existe sobre ese lugar y sus gentes. Exactamente lo mismo que debería hacer un buen escritor.
Otro rasgo del «buen escritor» que quiero mostraros en el trabajo de Navia es su acercamiento a los personajes, elemento fundamental de su obra fotográfica. En muchas de sus fotografías, los personajes son descritos a la perfección por los objetos que utilizan sin necesidad de que veamos su retrato. Para aquellos de vosotros que no seáis escritores, esta es una técnica literaria usada por muchos autores de todos los tiempos. Pero, lo que a mí me enamora de Navia es la forma que tiene de acercarse a sus personajes. En mis obras, siempre que me ha sido posible, he tratado de imitar a Navia en su manera de entablar conversación con sus personajes hasta crear con ellos una intimidad que le permite hacerlos universales en sus fotografías, gracias al conocimiento profundo de sus vidas que ha adquirido. Decidme: ¿qué escritor no desea algo similar para sus personajes?
En el cuaderno de notas de Navia reposan las ideas a la espera de la creación. Esa pequeña libreta es la memoria donde la intuición es fecundada por la reflexión para dar como fruto sus obras escritas por medio de la cámara. Y en este proceso de creación, es la paciencia, el saber esperar el momento justo en el que todos los elementos de la imagen encajan, la virtud que le permite obtener imágenes inigualables donde unos instantes antes solo había abandono o vulgaridad. ¿No creéis que le ocurre algo muy parecido al escritor?
Todo lo planteado hasta ahora no es nada comparado con lo que falta... Quiero compartir con vosotros dos frases que Navia no dejaba de repetir en sus cursos y que le he vuelto a escuchar, después de tantos años, al encontrarlo en el programa de RTVE. Son dos frases que deberían estar grabadas a fuego en el manual de estilo de todo escritor (y si no eres escritor, pero sí lector, entenderás también lo que voy a decirte). La primera es «Menos es más». O como decían los clásicos: «Lo bueno si es breve...». Y la segunda frase es: «Lo que no suma, siempre resta».
Y creo que no hay mejor forma de terminar este artículo que poniendo en práctica estas dos sentencias.
¡Hasta la próxima semana!

NOTA: Si os habéis quedado con ganas de saber más sobre Navia, aquí os dejo el enlace a su blog.


viernes, 31 de enero de 2020

DÍA DE LA PAZ 2020


EMBRUTEZCÁMONOS
(Humilde homenaje a mi admirado Blas de Otero)

Embrutezcámonos.
Lancemos soflamas.
Mezclémonos con la masa informe
que vomitan las cavernas
al arcaico grito 
de «Muera la inteligencia».

Alcémonos
sobre los intelectuales,
los que aún creen en un mundo mejor.
Tapemos sus bocas con nuestras banderas,
que ninguna idea pueda nublar
el ocaso de nuestra decadencia.

Festejémonos.
Choquemos nuestras palmas.
Hocemos en el charco
de las promesas hueras.
Rebuznemos más alto que el resto,
y triunfaremos en la audiencia.

Aullemos.
Gruñamos.
Rujamos.
Asesinemos el lenguaje
como si fuera una bestia,
pues no hay mejor caza
que aquella que amenaza
nuestra propia existencia.

Y al cabo de un rato,
de escuchar un borbotón tras otro
de barbaridades violentas,
desperté entre sudores fríos
de la pesadilla más cruenta.

Y solo pude hallar consuelo
en los versos del poeta:
«Pido la paz y la palabra.
Escribo en defensa del reino,
del hombre y su justicia.
Pido la paz.»

30/01/2020 Día escolar de la Paz y la No Violencia