sábado, 15 de mayo de 2021

DE PROFUNDIS

De profundis es una obra de singular belleza animada por un trágico e inmenso dolor, el que anima a un hombre a seguir viviendo después de perderlo todo, absolutamente todo.

El hombre al que hago referencia no es un hombre cualquiera. Oscar Wilde dirigió esta extensa carta a su amante, el entonces aspirante a escritor y poeta, Alfred Douglas, desde la celda donde fue encarcelado por su homosexualidad. Wilde, en la cumbre de su carrera literaria, se vio inmerso en un litigio con el padre de su joven amante. Y lo perdió, vaya si perdió...  

Oscar Wilde no solo perdió la libertad durante los tres años que permaneció encerrado entre muros y barrotes. Perdió su fama. Perdió su riqueza. Perdió a su esposa e hijos. Perdió el mundo hermoso del color y el movimiento en el que él era arte y el Arte hablaba por su mano. 

Con todo, a pesar de la desgracia que se cernió sobre la vida de Wilde en el instante en que conoció a Bosie (apelativo cariñoso con el que designaba a su joven amante), no es el rencor el motivo que le impulsa a escribirle. Sí, es cierto que le dedica epítetos como vanidoso, disoluto, manirroto o superficial. Sí, Wilde reconoce que su relación le sumió en una total degradación ética. Pero, en el fondo de De profundis, el genial escritor irlandés clama por el amor perdido, perdona al culpable de sus desgracias, renuncia al odio y tan sola reprocha al amante su silencio, su desapego, el que no sea capaz de hacer un mínimo gesto que venga a aliviar la inmensa tristeza que embarga a Wilde en la soledad de su infortunio.

Para entender mejor la obra, conviene recordar que Wilde se vio atrapado en un enfrentamiento visceral entre Alfred Douglas y su padre, el marques de Queensberry. Este último, un personaje peculiar de la sociedad victoriana de finales del siglo XIX, fue popular como creador de las reglas del boxeo moderno e hizo gala de un ateísmo extemporáneo y un carácter mujeriego que le granjeó el odio de su hijo. El marqués, a pesar de ser él mismo merecedor del hipócrita rechazo de la clase alta victoriana, se erigió en paladín de las buenas costumbres al regocijarse en la destrucción de la figura de Wilde, el dramaturgo de mayor éxito en décadas, un espíritu crítico de ideas cercanas al socialismo al que convirtió en un artista perverso e inmoral, logrando con ello castigar a su mezquino y caprichoso hijo al que despreciaba.

La prosa de De profundis es vibrante. Todas sus páginas, en especial la primera mitad de la obra, rezuma emoción y la sabiduría profunda de quién todo lo ha vivido y ya nada espera. La metáfora del jardín dividido en dos partes, la soleada y la sombría, el placer y el dolor, que Wilde ha tenido que conocer para convertirse en un artista completo, en un ser humano completo, me parece sublime.

Podría dejaros aquí una infinidad de citas, pero como espero que esta reseña sirva para acercaros a la obra con ganas de devorarla, en el mejor sentido de la palabra, me limito a incluir estas dos:

«Rechazar las propias experiencias es detener el propio desarrollo. Negar las propias experiencias es poner una mentira en los labios de la propia vida.»

«Deliberadamente y sin que yo te invitara te metiste en mi esfera, usurpaste allí un sitio para el que no tenías ni derecho ni cualidades, y cuando mediante una persistencia singular, haciendo de tu presencia parte de todos y cada uno de los días, conseguiste absorber mi vida entera, no supiste hacer nada mejor que romperla en pedazos.»

De profundis está editado por Siruela.





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