jueves, 26 de noviembre de 2020

25 DE NOVIEMBRE: DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Hoy es jueves, el día en que suelo publicar mis entradas y ayer fue 25 de noviembre. Me hubiera gustado dejar aquí un artículo respecto al maltrato a las mujeres, asunto tan candente como doloroso, pero llevo varias semanas con el brazo en cabestrillo y con dificultad apenas puedo escribir estas pocas palabras, así que os dejaré unos párrafos de mi novela Muerte de una cigüeña para mostraros mi opinión sobre el tema, en línea con lo que narra su protagonista, Aissata Salek.

 

<<La memoria es algo curioso. ¿Sabéis?, aunque creo que he llegado a dominar bastante bien vuestro idioma, a veces me cuesta encontrar las palabras necesarias para expresar lo que me pasa por la cabeza. Pues bien, ahora es una de esas ocasiones. Quisiera explicar cómo los recuerdos van cambiando con el paso del tiempo, cómo lo que una vez fue tan doloroso que hizo que deseara morir, un año después apenas es visto como un peldaño más en mi descenso hacia los horrores del infierno, pero no consigo juntar las palabras capaces de transmitiros lo que siento. Supongo que me cuesta sacar lo que he guardado tan adentro, pero os prometo que lo intentaré. Estoy obli­gada a ello. 

No sé si alguno de vosotros habréis tenido que enfrentaros a algo parecido. Me refiero a lo que me sucedió en la playa la noche en que dejé atrás Mauritania para nunca volver. Si sois mujeres, es posible que lo hayáis sufrido. Recuerdo ahora un día de invierno en Madrid, unas semanas antes de morir. Una lluvia repentina me obligó a refugiarme bajo el toldo de un quiosco junto a otras compañeras. Apretadas unas contra otras y agradecidas del buen corazón del quiosquero que nos permitía esperar bajo su lona a que dejara de llover, nos entreteníamos echando un vistazo a las portadas de las revistas que, perfectamente alineadas, componían un cuadro repleto de colores brillantes. Las que más nos atraían eran esas que llaman del corazón y muestran con grandes fotografías la vida de lujo y diversión de unos pocos privilegiados. Como unas chiquillas, nos reíamos comentando el peinado de esta o el bikini de la otra, que tan mal le sentaba con lo bien que le quedaría a cualquiera de noso­tras. En fin, mientras nos protegíamos de la lluvia olvidamos por un instante por qué estábamos en la calle medio desnudas y muertas de frío. 

Yo, como soy curiosa por naturaleza, no pude evitar apartarme un poco de mis compañeras y meter la nariz en alguna de las muchas publicaciones que tenía expuestas el quiosquero. Llevaba sin leer nada desde que abandoné a las monjas, y tantas palabras de tamaños y colores diferentes, hablando de cosas tan distintas, me excitaron tanto que empecé a leer aquí y allá lo que me iba encontrando sin criterio alguno que me guiase. Pasé de las revistas a los fascículos y de ahí a los periódicos que, aunque resultaban menos atractivos por su aspecto, escondían en su interior mucha más lectura, por más que la mayoría de las cosas de las que hablaban me resultaran descono­cidas. Sin embargo, hubo una noticia que llamó mi atención y no pude resistirme a leerla en voz alta. Alguien, un hombre, represen­tante de un organismo internacional, desde un despacho en algún lugar muy lejos de aquellas calles, había anunciado después de muchos años de trabajo sobre el tema que una de cada tres mujeres sufría violencia sexual o física por parte de los hombres durante su vida. Apenas la hube leído se hizo el silencio bajo la lona. En ese reparto del que hablaba la noticia, ninguna de nosotras estábamos dentro del grupo de las afortunadas. Como si las nubes me hubieran estado escuchando, la lluvia comenzó a caer aún con más fuerza. Mi desnudez era tan grande que el frío y la humedad se agarraron a mis huesos y me atravesaron el alma. Algunas nos cogimos del brazo, otras abrazaron a la que tenían más cerca, y así aguantamos el chaparrón, haciendo que la pena compartida fuera más soportable. No hubo ya bromas ni risas hasta que la lluvia aflojó y aparecieron nuestros chulos para devolvernos entre insultos y empujones al lugar en la acera que nos habían señalado.>>

 




 

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