viernes, 10 de septiembre de 2021

A PROPÓSITO DEL 11S

El último verano antes del virus que cambió nuestro mundo tuve la oportunidad de viajar a Nueva York. 
Durante cinco días recorrí Manhattan, casi siempre a pie, de sur a norte y de este a oeste. Y como no podía ser menos, acudí a la zona 0.



No lo hice movido por el morbo. Para mí, era algo así como una peregrinación. Las razones que me impulsaban a visitar el lugar eran tantas que darían para escribir diez artículos. Trataré de resumirlas en una: como muchos de vosotros, nunca olvidaré lo que estaba haciendo el 11 de septiembre del año dos mil uno. Lo mismo que el 11 de marzo de unos pocos años después.

En cuanto me aproxime al Trade World Center sentí pena. Y rabia. Y asco.

Turistas venidos de todas partes del mundo, sonrientes, muy sonrientes, se hacían fotos delante del monumento a las víctimas de aquel atentado bárbaro. Algunos, incluso, practicaban poses ridículas o trataban de invadir el espacio ocupado por los nombres de las víctimas.

Me aterra la banalización del horror. 

No caben en mi cabeza actitudes como la de aquella popular instagramer que se hizo una foto posando cual modelo en el campo de concentración de Auswitch. 

Así que cerré los ojos por un momento y traté de abstraerme del ruido. Incluso recité en mi cabeza una oración sin dios. Por tanto dolor. Por tanto sufrimiento. Por las víctimas que allí encontraron la muerte y las que habrían de encontrarla después, a miles de kilómetros de distancia, por la soberbia venganza de quien tiene en sus manos el poder de quitar vidas.

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Hoy he escuchado en un informativo que más de tres mil inmigrantes sin papeles trabajaron en el desescombro de la zona 0 tras el atentado de las Torres Gemelas. 

Eran los obreros más baratos. Ninguna autoridad les pidió el permiso de residencia para hacer un trabajo que nadie quería. 

La mayoría eran latinos. Después, algunos fueron deportados. Otros murieron.

Durante semanas respiraron productos tóxicos que con el paso del tiempo les provocaron cáncer, asma, enfisemas pulmonares, rinitis crónica, estrés postraumático, depresión...

La inmensa mayoría de los que continúan en Estados Unidos no han recibido la "green card", el permiso que les permite trabajar y residir en aquel país. Ahora, en el veinte aniversario del atentado, la siguen reclamando.

¿Esto era la globalización?





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